viernes, 5 de junio de 2015

El cerdito


La señora estaba siempre vestida de negro y arrastraba sonriente el reumatismo del dormitorio a la sala. Otras habitaciones no había; pero sí una ventana que daba a un pequeño jardín parduzco. Miró el reloj que le colgaba del pecho y pensó que faltaba más de una hora para que llegaran los niños. No eran suyos. A veces dos, a veces tres que llegaban desde las casas en ruinas, más allá de la placita, atravesando el puente de madera sobre la zanja seca ahora, enfurecida de agua en los temporales de invierno.
Aunque los niños empezaran a ir a la escuela, siempre lograban escapar de sus casas o de sus aulas a la hora de pereza y calma de la siesta. Todos, los dos o tres; eran sucios, hambrientos y físicamente muy distintos. Pero la anciana siempre lograba reconocer en ellos algún rasgo del nieto perdido; a veces a Juan le correspondían los ojos o la franqueza de ojos y sonrisa; otras; ella los descubría en Emilio o Guido. Pero no trascurría ninguna tarde sin haber reproducido algún gesto, algún ademán de nieto.
Pasó sin prisa a la cocina para preparar los tres tazones de café con leche y los panques que envolvían dulce de membrillo.
Aquella tarde los chicos no hicieron sonar la campanilla de la verja sino que golpearon con los nudillos el cristal de la puerta de entrada, la anciana demoró en oírlos pero los golpes continuaron insistentes y sin aumentar su fuerza. Por fin, por que había pasado a la sala para acomodar la mesa, la anciana percibió el ruido y divisó las tres siluetas que habían trepados los escalones.
Sentados alrededor de la mesa, con los carrillos hinchados por la dulzura de la golosina, los niños repitieron las habituales tonterías, se acusaron entre ellos de fracasos y traiciones. La anciana no los comprendía pero los miraba comer con una sonrisa inmóvil; para aquella tarde, después de observar mucho para no equivocarse, decidió que Emilio le estaba recordando el nieto mucho más que los otros dos. Sobre todo con el movimientos de las manos.
Mientras lavaba la loza en la cocina oyó el coro de risas, las apagadas voces del secreteo y luego el silencio. Alguno caminó furtivo y ella no pudo oír el ruido sordo del hierro en la cabeza. Ya no oyó nada más, bamboleó el cuerpo y luego quedó quieta en el suelo de su cocina.
Revolvieron en todos los muebles del dormitorio, buscaron debajo del colchón. Se repartieron billetes y monedas y Juan le propuso a Emilio:
-Dale otro golpe. Por si las dudas.
Caminaron despacio bajo el sol y al llegar al tablón de la zanja cada uno regresó separado, al barrio miserable. Cada uno a su choza y Guido, cuando estuvo en la suya, vacía como siempre en la tarde, levantó ropas, chatarra y desperdicios del cajón que tenía junto al catre y extrajo la alcancía blanca y manchada para guardar su dinero; una alcancía de yeso en forma de cerdito con una ranura en el lomo.

Juan Carlos Onetti.

viernes, 6 de febrero de 2015

Que va!

Dicen que las personas se conocen por algún motivo que deberán descubrir
dicen que las almas buscan volver a encontrarse con compañeras de aventuras pasadas
dicen que existe el amor, lo juran, lo firman, lo arrugan y lo tiran,
dicen que hay cosas que están prohibidas
dicen que eso no se puede, inventan reglas, culpas, inventan PODER...perder y ganar, inventan educación y reparten pobreza...
dicen que todos tenemos un destino marcado,
dicen que nosotros forjamos nuestros destinos,
dicen que Dios existe y te va a castigar,
dicen que la justicia es algo real,
dicen que el norte...
dicen que el sur...
dicen que no voy a ningún lado, inventan palabras y le ponen significados
dicen que sueñan, te dicen que soñar,
dicen que todo esta bien, (o era al revés?)
dicen que hoy voy a verte...
dicen que somos y estamos...
aun no descubro que soy, pero se que estoy...
y vos no llegas...

                                                               M. C.

y si! mientras esperaba a Emiliano!

No estás...

Porque cuando caminas...
porque cuando venís...
porque cuando te sentás...
porque cuando no estas, te pienso
porque te conocí...
y porque si, me gustas...
porque no tenias que estar...
porque era tu oblación estar...
porque me saludaste y te bese
porque tus ojos
porque tus manos
y en tus manos la idea,
y en mi cuerpo la obra
porque mi boca pronunciaba palabras
porque tus ojos me iluminaban
porque las sillas no son cómodas
porque el pasado es INNEGABLE
porque tus manos (amor)
llenas de censura en forma de anillo
te limitaban
porque mi fobia te acercaba
y porque todo tiene un fin
jugaste a verme, porque jugué a quererte...y
porque no dijiste nada
porque no dije nada...esta noche vuelvo a preguntarme
¿por que?
porque existís para mi,
porque en mi fantasía existo para vos.

                                             M. C.

Casi de modo normal...para Emiliano.