sábado, 14 de agosto de 2010

Disciplina

En tiempos de Wang An-shih, la Escuela de la Administración de K'ai Feng presionaba rigurosamente a los jóvenes alumnos. E La disciplina estaba directamente relacionada con la injusticia: se infligían castigos a quienes menos los merecían. O peor aún, se sancionaba o se premiaba a un alumno en virtud de las acciones de otro. De esta suerte, nadie era responsable por sus actos, pero sí por faltas ajenas.


Los reglamentos cambiaban cada día y sin notificación alguna. Los estudiantes no podían saber qué conducta se esperaba de ellos. En 1071, el poeta Kin Ts'ing escribió Escena escolar en K'ai Feng, un breve texto que enfatiza la perplejidad ante la sanción imprevista. El estudiante Li Wang, sobrino del director de la Oficina de Inventos del Imperio, se encontraba descansando en los jardines de la escuela. Mantenía la rigurosa posición del loto, mientras su índice derecho era rodeado por los cinco dedos de la mano izquierda, es decir, en la mudrá de la Suprema Sabiduría. De pronto, apareció Shau, el preceptor. Sin mediar palabra, golpeo la espalda del alumno con su sable. Después dijo en tono oficial:

—¡Infracción, infracción! Prepárate, Li Wang, a recibir cuarenta y dos azotes. Empleados menores dispusieron el moblaje indispensable para el castigo. Enseguida, Yen, el verdugo del turno tarde, dio comienzo a los azotes. Shau, el preceptor, dirigía el escarmiento con precisión académica.

Al décimo latigazo, el estudiante Li Wang alzó apenas su voz: —Ilustre Shau, si me concediera usted la honra de revelar la naturaleza de mi falta, podría yo colaborar abriendo la indignidad de mi cuerpo al sufrimiento más adecuado para la expiación. —Ésa es tu falta, oh, sobrino del director de la Oficina de Inventos del Imperio, la soberbia de creer que hace falta un acto de tu mente o de tu cuerpo para desatar la cólera soberana de tus amados preceptores.

Li Wang comprendió. Y recibió los latigazos como rayos provenientes de una tormenta súbita. Ha dicho el maestro Ho Chiang: El castigo injusto o equivocado produce un efecto disuasivo muy superior al de la pena justa. Casi nadie cree en su propia culpa y las protestas de inocencia estorban los escarmientos. Es preferible establecer que la autoridad, tal como lo hace el destino, aplica su rigor sin necesidad de causa, sin pretensiones de lógica, sin veleidad de justicia.

del libro 'Bar del infierno' de Alejandro Dolina.

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